18 de octubre de 2016

El libro es la verdadera tecnología

Ponencia presentada ante el 1er Congreso Mundial de Facultades de Humanidades, Ciencias de la Educación, Derecho y Ciencias Políticas — el 13 de septiembre de 2016



¿Qué es leer?

La Real Academia Española define lectura como:
Acción de leer (pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados).
Es decir, entender el contenido, lo que se dice. No hay mención al soporte. Sin embargo, por lo menos en el rubro (es decir libreros, escritores, bibliotecarios, editores) cuando mencionamos lectura pensamos principalmente en el soporte y al hacerlo casi siempre pensamos en un libro o una revista. Es decir, leer – para la mayoría de nosotros – es interpretar un texto escrito e impreso en papel.

Esta percepción está tan arraigada que, cuando apareció la computadora y la posibilidad de leer en una pantalla se volvió algo real, muchos de nosotros desestimamos esa nueva lectura como no verdadera. El consumo de los nuevos medios (CD-ROM, Páginas web) no era considerado equivalente a la lectura de un libro o una revista. De alguna manera el hecho que estos nuevos medios estén confinados a una computadora de escritorio ayudaban a mantener esta percepción. El libro es, por encima de todo, portátil y este fue su gran ventaja sobre los nuevos medios.

La aparición de las tabletas y los lectores de tinta digital (hace 9 y 6 años atrás respectivamente), junto con la popularización de los smartphones en los últimos 8 años, nos han obligado a replantear nuestra idea de la lectura de forma drástica. No solo el hábito, es decir cuánto y cómo leo, sino la naturaleza del concepto. Con la aparición de los dispositivos portátiles, la lectura ha dejado de estar asociada al soporte. Aunque se puede argumentar que estos siempre ha sido asi, los dispositivos portátiles dejaron al descubierto que el contenido, el texto, (el mensaje?) es el verdadero objeto de la lectura y no asi su soporte.

Fruto de esto surge la pregunta: leer en pantalla es leer? ¿El proceso de sacar un sentido a un grupo de caracteres que aparece en mi muro de Facebook es el mismo que atravesamos al sacar sentido de un grupo de caracteres que forman la última novela de Adolfo Cárdenas?

Los puristas podrían responder que no. Tal vez porque la lectura de una oración o un párrafo no exige el mismo esfuerzo mental que leer una novela de 300 páginas. Tal vez porque la escritura en el muro no exige un gran esfuerzo creativo y por lo tanto tampoco su lectura.

Pero qué pasa si esa novela se presenta en la misma pantalla donde puedo ver mi muro de Facebook. Eso si, ¿es lectura? Los argumentos anteriores ya no se sustentan. El esfuerzo creativo y el esfuerzo de interpretación es el mismo, independiente del soporte, por lo tanto debemos responder afirmativamente a la pregunta. La longitud del texto es la misma, a pesar de que en la pantalla no la podemos palpar o tener una evidencia física de esa longitud.

En definitiva podemos afirmar que leer en el siglo XXI exige el mismo esfuerzo, la misma concentración que leer en el Siglo XX o en el siglo XIX. Pero aún asi, leer en el Siglo XXI tiene algunas diferencias que esperamos demostrar en las líneas siguientes.

¿Quién lee?

Hace 8 años, para responder esta pregunta hubiéramos necesitado realizar una encuesta entre lectores. Necesitaríamos un pequeño grupo de científicos sociales y un estadístico para poder tener información confiable. Si bien en otros países las encuestas de hábitos de lectura se realizan regularmente permitiendo esbozar el perfil lector de su población, en Bolivia nos quedan solamente las anécdotas de libreros y bibliotecarios que, al estar en primera fila, pueden decirnos más o menos quienes leen. Con la aparición de los libros electrónicos han surgido nuevas formas de indagar sobre los lectores, conocerlos en su hábitat natural como nos dice Andrew Rhomberg (Rhomberg, 2016).

Por un lado tenemos a Amazon que recopila información de uso de sus lectores digitales de forma permanente al igual que los sitios web recopilan información sobre sus usuarios y visitantes. Por el otro, han surgido empresas especializadas que ofrecen el servicio de recopilación analítica de datos a los editores que les permite entender los hábitos de lectura de los lectores. Así han podido dibujar un perfil más o menos certero del lector y la lectora promedio. Perfil que nos permite entender mejor a quienes consideramos lectores. Esta información se distribuye de forma comercial a editoriales y a autores que deseen adquirirla, pero regularmente las empresas publican resultados generales (Dilworth, 2014) y (Alter & Russel, 2016):

Galleycat
  • 82% de los lectores digitales viven en ciudades
  • Las mujeres tienden a terminar un libro más que los hombres
  • Los libros con personajes femeninos son más probables de convertirse en best sellers
  • Las mujeres prefieren romance y literatura erótica
  • Los varones prefieren historia y ciencia ficción
  • Los libros que valen 1 dólar o son gratuitos son los que más se descargan, pero son los que menos se leen en su totalidad
  • Los libros que valen 8 dólares se leen más.
  • El 30% de la gente deja de leer el libro en la página 50.
  • Los hombres dejan de leer un libro entre las páginas 30 y 50, mientras que las mujeres lo hacen entre la página 50 y 100.
  • El 87% de los lectores terminan de leer libros de hasta 300 páginas mientras que solo 35% lo hacen con libros de 700 páginas
  • Las personas de menos de 40 años leen menos tiempo (12 min), pero leen más páginas por hora (48pags) que los mayores de 40 (20 min y 33 pags/hora).
Por varios motivos no podemos extrapolar estos resultados — que dibujan el perfil de un lector estadounidense que lee en un dispositivo digital libros en inglés — a nuestro país, pero creo que nos ofrecen un excelente punto de partida para saber quiénes y cómo leen en esta nueva época.

¿Qué pasa en nuestro país? Los datos sobre lectura en Bolivia son pocos, imprecisos y, generalmente, antiguos. La Cámara Departamental del Libro de La Paz ha intentado resolver esto con ayuda de la empresa IPSOS que trimestralmente realiza una encuesta de opinión pública a nivel nacional. En las encuestas realizadas en junio 2015 y abril 2016, IPSOS incluyó dos preguntas destinadas a conocer un poco al público lector bolivianos: ¿Cuántos libros leyó en los últimos 12 meses? y ¿Dónde adquirió esos libros?. (IPSOS, Informe especial de opinión. Eje Troncal Junio 2015, 2015) (IPSOS, Informe especial, 2016).
Los resultados esbozan un panorama un poco diferente al de las percepciones subjetivas que tenemos en el sector. El dato más llamativo: casi la mitad de los encuestados han leído al menos un libro en los últimos doce meses. Y el dato es consistente (45% en ambas).Es interesante también ver las tendencias que surgen en la encuesta:


  • Santa Cruz es la ciudad con menos lectores (solo 37% reporta haber leído al menos un libro), pero es donde las librerías es el principal punto de acceso a libros entre los que si leen (la mitad de los encuestados
  • La Paz, es la ciudad con más lectores (59% reporta haber leído un libro), pero solo el 26% adquieren sus libros en librerías.
  • En cuanto a la edad, 55% de los menores de 25 años han leído al menos un libro, algo que reportan solo el 37% de los mayores de 40 años.
¿Cómo leemos?

En sus inicios, los libros copiaron a los pergaminos tanto en el formato (tabloide o más grandes) como en el contenido (texto con ilustraciones). En una época en la que muy pocos sabían leer y los relatos orales eran la norma para la transmisión de historias y conocimiento, no debe extrañarnos que la lectura de un libro se convirtiera en una actividad grupal. El libro se colocaba en un atril y aquella persona que sabía leer, lo hacía ante un grupo. A medida que pasaron los años, y con el aumento del número de personas que podían leer, el tamaño de los libros fueron reduciéndose, primero para poder acomodarse en bibliotecas privadas de acaudalados coleccionistas y luego más aún para poder caber en el bolsillo de los entusiastas lectores de las clases media y populares.

Como consecuencia de esa reducción de tamaño, la lectura, en los últimos 150 años, pasó a convertirse en un pasatiempo personal, íntimo e individual. La imagen misma que tenemos de un lector es de un personaje solitario, ensimismado frente a un libro que tiene en las manos.

En los últimos 10 años, y con más fuerza en los últimos 5, esto está empezando a cambiar, y otra vez son las pantallas las principales responsables. Aquellas frente a las cuales un adulto promedio pasa un promedio de 6 horas por día, la mitad en su celular (Meeker, 2015). Quienes leen en una pantalla (especialmente aquellos que leen en una tableta o en un celular) tienen sus plataformas de comunicación (Facebook, Twitter, etc.) a un click de distancia. Por lo que ahora es muy fácil que quien lee publique un párrafo, o una oración, del libro que actualmente está leyendo en su muro y lo comparta con el mundo.

Esta nueva tendencia, conocida como lectura social, ha empezado a generar mucho entusiasmo en los círculos editoriales mundiales que están experimentando constantemente especialmente en el sector de literatura juvenil, pero sin detrimento de los demás géneros.

La gran mayoría de las plataformas digitales de libros de texto incorporan la funcionalidad de compartir subrayados, notas y citas dentro del mismo libro. Los catedráticos pueden incluso anotar el libro con sus pautas para la lectura del mismo y asi dirigir a los alumnos a los segmentos que discutirá en la siguiente clase.
Para el mundo editorial la lectura social llegó para quedarse y los libros digitales ya incorporan, en su gran mayoría, la posibilidad de compartir, en distintas plataformas, un subrayado, un comentario o notas. Quienes tienen un Kindle tienen la oportunidad de ver esta funcionalidad en acción[1]. Han surgido varias plataformas para que se puedan realizar diálogos y discusiones dentro de un mismo libro (Schmitz-Kuhl, 2015).

Pero la lectura social no se limita a los libros digitales. Especialmente en el género de literatura juvenil, la mayoría de las editoriales incluyen códigos QR o referencias web en sus libros impresos para dirigir a la lectora o al lector a comunidades formadas específicamente para el título en cuestión. El objetivo es facilitar una lectura comunitaria con discusiones sobre el texto y sus personajes. Algo que, además, la nueva generación de nativos digitales o millenials ya hace de forma natural.

¿Qué leemos?

A medida que los libros digitales han ido ocupando un lugar más visible en la cultura, los “tecnófilos à outrance” como los llama Blanco, anunciaron la inminente desaparición del libro impreso. Por su parte, los tecnófobos apelaron a la nostalgia para defender al libro impreso. El resultado final – el estancamiento del libro digital y el resurgimiento de los libros impresos – lo podemos ver de forma cotidiana, pero por otra parte queda en manifiesto en el sector durante las Ferias del Libro y sus “zonas digitales”:
…en cada nueva edición de estos grandes encuentros internacionales, todo el mundo se iba con la sensación de que el salto digital quedaría para la cita del año siguiente (Blanco Valdés, 2015, pág. 62)
Para no ingresar en este debate, me permito reiterar lo que mencionamos al inicio: la lectura es tal en tanto hablamos de contenido y no soporte. Podemos leer en un libro, una revista, en la pantalla de una computadora, de una tableta o de un lector de tinta digital. Una vez establecida esa separación, entonces, ¿qué tipo de contenido leemos?

En los últimos años comunicadores sociales, psicólogos y pedagogos, entre otros, han advertido sobre la prevalencia de los textos cortos y el riesgo que esto supone para la lectura en tanto actividad reflexiva y cognitiva (Cull, 2011).

De acuerdo a estos estudios, la lectura de textos cortos o por periodos cortos (llenos de interrupciones mediáticas), afecta la capacidad del lector de comprender a cabalidad lo que está leyendo. En consecuencia, la lectura ininterrumpida por largos periodos de tiempo debería ser el objetivo principal si lo que queremos es que haya una verdadera comprensión del texto.

Estos estudios surgieron más o menos al mismo tiempo que los e-books empezaban su boom, a principios del 2011. Amazon, a la sazón el principal vendedor de libros digitales, empezó a experimentar con textos cortos (con una longitud mayor a un artículo de revista, pero menor a la de una novela) y tuvo una respuesta positiva. Estos resultados positivos, sumados a la creciente evidencia de la reducción de la capacidad de concentración de los menores de 30 años, hicieron temer que los textos cortos se conviertan en la norma y que su popularidad le den el golpe de gracia al libro impreso.

Afortunadamente esto no ha ocurrido. Por un lado la venta de libros digitales se ha estancado en los mercados anglosajones en un 30%, mientras que no ha logrado pasar el 15% en los demás mercados. Por su parte, los libros impresos han experimentado un crecimiento en sus niveles de venta (Wischenbart, 2016) que si bien no han sido dramáticos, al menos han aportado una dosis de optimismo al sector, especialmente a los tecnófobos. Por el otro, editoriales y libreros reportan una creciente popularidad de los textos largos como novelas o libros de no ficción que se extienden, en promedio, a 250–300 páginas.

Autor, contenido, medio

A finales de los 60, Barthes sentenciaba de muerte al autor (Barthes, 1987, págs. 65–72) mientras McLuhan afirmaba que el medio es el mensaje. Barthes le asignaba al lector el papel principal en cualquier contenido. El lector es quien le da sentido al contenido, que deja de ser propiedad del autor desde el momento que es publicado. La persona que lee, nos dice Barthes, es el individuo más importante en el circuito comunicacional y mucho más si se trata de textos literarios. McLuhan de alguna manera valida esto con su afirmación de que el medio es el mensaje(McLuhan & Fiore, 1988). El sentido de un mensaje (un texto para nuestros efectos) está determinado no por su contenido sino por el formato que éste adopta. El sentido es interpretado por el lector en función al medio en el que fue transmitido.

Ambas tesis tuvieron su validez en una época de textos escritos y medios de comunicación unidireccionales. Ahora, cuándo gran parte de los medios de comunicación proponen un diálogo permanente entre autora y lector, probablemente debemos replantearlas, especialmente en lo que se refiere al libro y la lectura.
El autor, para empezar, ha resucitado. Primero porque ahora todos pueden serlo. La barrera tecnológica y económica para publicar un libro se ha reducido notablemente y en consecuencia todos aquellos que lo deseen pueden ser autores. El sector de la autopublicación (autores que financian los libros que publican, sin intermediación de la editorial), pone en el mercado mundial cerca de un millón de títulos y en algunos países ciertos títulos se han convertido en best sellers.

A efectos de democratización de la producción cultural (la tecnología ha eliminado las barreras de entrada a prácticamente todas las manifestaciones culturales), esta tendencia editorial es una buena noticia, aunque con un matiz que queda mejor expuesto con cifras: Solo en España se publicaron el 2012 un total de 104.724 nuevos títulos, un promedio de 286 libros por día (Blanco Valdés, 2015). O casi 1600 nuevos títulos por cada millón de habitantes (Wischenbart, 2016) (Bhaskar, 2014). Con estos números el lector está destinado a definir algún tipo de filtro para elegir el próximo libro a leer.

El primero de estos filtros es, por supuesto, el autor. Siempre lo fue, a pesar de lo que mencionaba Barthes, porque no le damos el mismo valor a un texto de Pierre Bordieu que a uno de Ernesto Martínez. Pero ahora el nombre del autor, especialmente en literatura, es mucho más importante para asegurar el éxito o fracaso comercial de un libro.

En el mercado editorial anglosajón y cada vez más en el mercado español, la palabra “de moda” es branding, convertir al autor y a la editorial en marcas reconocidas. Autores como Stephen King o J.K. Rowling, disfrutan el mismo tipo de reconocimiento que un banco o una empresa telefónica. Y el objetivo en cada una de las editoriales es lograr el mismo nivel de identificación para sus autores ya que esto les garantiza un flujo constante de ingresos, especialmente si la escritora en cuestión escribe una serie.

Con la aparición de los libros electrónicos, consultores editoriales empezaron a hablar de “contenido” y ya no del objeto-libro. El soporte no hace al texto, el valor intrínseco del libro no está en la cubierta y las hojas de papel, sino en lo que dice, en lo que cuenta. Si estamos de acuerdo con esto, leer en pantalla o en papel o, de forma más extrema, verlo en el cine o jugarlo en un video juego, es esencialmente lo mismo. La idea es que al final no importa el formato, lo que importa es el contenido. Este contenido puede presentarse en un libro impreso, en uno digital, en un juego de video, en una película. Es decir, el mensaje (el contenido) es uno solo y es independiente del soporte.

Pero en los hechos esto no es asi, el libro electrónico ha buscado reproducir gran parte de las características del libro impreso en sus nuevos formato, llegando incluso a buscar la simulación perfecta del paso de las páginas que se convierte en un argumento de venta de los nuevos lectores digitales.

Sin embargo no debemos dejar pasar que, como nos dice Blanco Valdés, citando a Chartier “La larga historia de la lectura muestran con vigor que las mutaciones en el orden de las prácticas son a menudo más lentas que las revoluciones de las técnicas” (Blanco Valdés, 2015, pág. 63). Ocurrió con la imprenta que por muchos años siguió emulando las características principales de los pergaminos y los códices, desde su tamaño y organización hasta su propia naturaleza: la transcripción de contenidos. Richard Nash nos explica que la víctima inicial de la imprenta fue el escritor, el calígrafo. Debieron pasar más de cien años para que el escritor recupere su lugar en la jerarquía editorial. (Nash, 2013).

Lo mismo ocurre ahora con esa constante búsqueda de similitudes entre libro impreso y libro digital. Probablemente no pasen cien años, pero es probable que el libro digital modifique el comportamiento y composición de los actores en el sector editorial. Pero concuerdo con Nash cuando nos dice:
Uno empieza a darse cuenta que el negocio de la literatura es el negocio de hacer cultura no solo el de fabricar libros encuadernados. Esto, a su vez, significa que la creciente dificultad de vender libros encuadernados (y el bajo precio en la venta de libros digitales) no será un desafío excepcional a largo plazo, salvo para liberar al negocio de la literatura de las limitaciones impuestas cuando uno produce cosas en vez de ideas e historias. [énfasis en el original] (Nash, 2013)[2]
Conclusión. Libro como vehículo cultural

Nash nos dice que la cultura del libro no se centra en el fetichismo de lo impreso o, lo que es lo mismo, el fetichismo de lo digital. La cultura del libro debe celebrar las conversaciones, debates, polémicas y narraciones que surgen entre y dentro de los libros. El libro ha sido el centro y vehículo del avance de las ciencias ya las ideas. Aunque algunos argumenten que podríamos ser “testigos del principio del fin de la fijación tipográfica, base sobre la cual se construyeron el conocimiento y las leyes modernas y podría decirse que la civilización”. (Bhaskar, 2014, pág. 51) es nuestra tarea asegurar que, independientemente del formato, el libro mantenga su papel cultural.

Bolivia, a mi modo de ver, presente unos desafíos adicionales. Por un lado, a pesar de la sospecha congénita que pesa sobre los intelectuales, el libro publicado ha tenido más valor cultural que un policopiado o un pasquín, o incluso un artículo en periódico. Pero por el otro, y tal vez debido a esa sospecha, ha sido percibido como un objeto de lujo, alejado del consumo popular y esto ha afectado la percepción que tenemos en Bolivia sobre los libros.

Y ante esa percepción de un libro caro, solo para intelectuales, la solución no ha sido resaltar el prestigio del libro como se hiciera en Europa en el siglo XIX (Nash, 2013) sino buscar su abaratamiento. La tecnología ayudó a esto y en los últimos años las fotocopias y la impresión digital han permitido inundar de libros baratos y en teoría, democratizar el acceso al libro. Los PDFs terminaron de reducir el precio del acceso al libro con su capacidad de copias ilimitadas.

La ironía es que ahora que el libro es más barato, su valor cultural también se ha devaluado. Temo que la existencia de los CDs con ingentes cantidades de libros o la ubicuidad de los sitios de descarga gratuita han hecho que en la mente de los lectores bolivianos el libro ya no sea valioso. Retomemos los resultados mencionados más arriba, hay una correlación negativa entre el precio del libro y el grado de compleción de la lectura. Si el libro es gratis, que en esencia eso es lo que logran hacer creer los CDs con 500–1000 libros a Bs 25, su lectura no es importante. Y si no es importante, no tiene sentido pagar Bs 100 o 200 por uno, por más necesario que sea para el crecimiento profesional.

Espero que coincidan conmigo en que esto es serio especialmente en lo que se refiere a los estudiantes universitarios. Profesionales en formación que no valoran la producción de los demás, no valorarán su propia creación y por lo tanto no harán esfuerzos para difundirla.

El argumento principal de quienes defienden la piratería es que esto ha facilitado la transmisión de conocimiento y que sin ello estaríamos atrasados respecto al mundo. Pero en realidad lo que ha ocurrido es que nos hemos vuelto consumidores de contenido y simples imitadores. El daño lo sufre la sociedad boliviana y esto queda patente en este mapa publicado por Quartz el año pasado que nos muestra la desproporción de la investigación científica en el mundo. Bolivia, en este mapa, no existe.

Czerniewicz, 2015
Revertir esta situación requiere un cambio de paradigma , especialmente en lo que se refiere a nuestra cultura del libro. Y, ¿por qué el libro? ¿Por qué no otro tipo de soporte del conocimiento?. Porque el libro, con su capacidad de facilitar la comunicación de ideas es — nos dice Nash — la tecnología perturbadora por excelencia. Cuando la unimos a las redes, a los hipervínculos, la perturbación es mayor, potenciando la cultura del libro que celebra el debate y el diálogo.

Debemos dejar de lado la disyuntiva impreso vs digital. Los hechos ya han demostrado que ese debate es fútil. Las redes, lo que más arriba llamábamos lectura social, son la clave de la lectura del siglo XXI y es ahí donde debemos apoyarnos para devolver al libro su valor cultural, y aprovechar sus potencialidades como perturbador del status quo, como instrumento facilitador del debate, el diálogo y transmisor de narrativas.

Trabajos citados

Alter, A., & Russel, K. (23 de 05 de 2016). Moneyball for Book Publishers: A Detailed Look at How We Read. Obtenido de The New York Times: http://www.nytimes.com/2016/03/15/business/media/moneyball-for-book-publishers-for-a-detailed-look-at-how-we-read.html?_r=1#story-continues-1
Barthes, R. (1987). La muerte del autor. En R. Barthes, El susurro del lenguaje. Madrid: Paidós Ibérica.
Bhaskar, M. (2014). La máquina de contenido. (R. Rubio, Trad.) México D.F., México: Fondo de Cultura Económica.
Blanco Valdés, J. (Diciembre de 2015). Leer, editar. Trama & Texturas(28), 59–69.
Cull, B. (Mayo de 2011). Reading revolutions: Online digital text and implications for reading in academe. First Monday, 16(6).
Czerniewicz, L. (11 de Julio de 2015). This map of the world’s scientific research is disturbingly unequal. Recuperado el 23 de Julio de 2016, de Quartz: http://qz.com/449405/this-map-of-the-worlds-scientific-research-is-disturbingly-unequal/
Dilworth, D. (2014 de Marzo de 2014). The DNA of a Successful Book: INFOGRAPHIC. Obtenido de GalleyCat: http://www.adweek.com/galleycat/the-dna-of-a-successful-book-infographic/83027
IPSOS. (2015). Informe especial de opinión. Eje Troncal Junio 2015. Cámara Departamental del Libro de La Paz. La Paz: IPSOS.
IPSOS. (2016). Informe especial. Cámara Boliviana del Libro. La Paz: IPSOS.
McLuhan, M., & Fiore, Q. (1988). EL MEDIO ES EL MASAJE: UN INVENTARIO DE EFECTOS. Barcelona, España: Paidós Ibérica.
Meeker, M. (1 de junio de 2015). Internet trends 2015. Recuperado el 20 de julio de 2016, de KPCB: http://www.kpcb.com/blog/2015-internet-trends
Nash, R. (Spring de 2013). What Is the Business of Literature? Recuperado el 25 de Mayo de 2016, de VQR. : http://www.vqronline.org/articles/what-business-literature
Rhomberg, A. (28 de Enero de 2016). Reading Fast and Slow — Observing Book Readers in Their Natural Habitat. Recuperado el Mayo de 2016, de Digital Book World: http://www.digitalbookworld.com/2016/reading-fast-and-slow-observing-book-readers-in-their-natural-habitat/
Schmitz-Kuhl, M. (Septiembre de 2015). «El lector del futuro lee de forma ‘social’» Entrevista a Sascha Lobo, publicista y periodista alemán. Trama & Texturas(27), 43–53.
Wischenbart, R. (2016). The business of books 2016. Franfurt Book Fair Business Club. Frankfurt: Franfurt Book Fair Business Club.

[1] Amazon guarda en la nube una copia de los subrayados y apuntes del libro para su acceso y distribución por internet e incluso permite bajarlos a una computadora para poder incorporarlos a textos propios.
[2] You begin to realize the business of literature is the business of making culture, not just the business of manufacturing bound books. This, in turn, means that the increased difficulty of selling bound books in traditional manner (and the lower price point in selling digital books) is not going to be a significant challenge over the long run, except to free the business of literatura from the limitations imposed when one is producing things rather tan ideas and stories. [traducción libre del autor]

Autor: Ernesto Martinez
Twitter: <@ernemartinez>
Fuente: <https://medium.com/>

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