Se da por supuesto, con toda naturalidad, que a un escritor se le retribuye, en concepto de derechos de autor, con el 10% del precio de tapa de los ejemplares vendidos de su libro. Nunca escuché a nadie explicar por qué, más allá de decir que siempre ha sido así.
Cuando todo ha cambiado tanto, en la industria editorial y en el comercio del libro, en la economía, y en todos los valores de cualquier índole, es llamativo que este porcentaje se mantenga inalterable, pese a que cualquier pequeña diferencia, representa mucho: si un autor recibe el 12% en lugar del 10, sus ingresos aumentan un 20%, lo que no es poca cosa.
La mayoría de los escritores firman el contrato de edición sin negociar lo que se les pagará, y por lo general sin siquiera leerlo, como un acto de fe ante el editor, sin tener en cuenta que no está comprometiéndose con ese editor, sino con la empresa para la que él trabaja. El editor podrá irse de esa editorial, pero el autor no.
Lo determinante que puede ser el acuerdo entre autor y editor, lo trasmite de manera magnífica el escritor francés Michel Tournier, autor de Viernes o los limbos del Pacífico, al contar la negociación que tuvo con su editor, antes de firmar el contrato que “le permitiría vivir de sus libros el resto de su vida”. (en L’edititions littéraire aujoud’hui. Sous la direction d’Olivier Bessard-Banquy, Presses Universitaires de Boudeaux, 2006, pág. 38):
“Cuando Gallimard me envió el contrato por mi primera novela, me tomé mucho tiempo para reflexionar, y gracias a los años de experiencia en la editorial Plon [donde trabajaba como editor], me senté a la máquina y escribí a mi primer editor:
“Queridos colegas, recibí el contrato para mi novela, y he aquí las modificaciones que les propongo:
Primero, no quiero ningún anticipo. (La estupefacción de Gallimard debe haber sido formidable: un escritor novel que no quiere anticipo).
Segundo, el tema de los porcentajes de derechos de autor: ustedes me ofrecen el 5% hasta 10 ó 15.000 ejemplares (no me acuerdo con precisión), y un escalado en aumento hasta llegar al 15%. Pues no, quiero el 15% para todos los ejemplares.
Luego, la costumbre era que el autor cedía al editor todos los derechos secundarios, es decir el derecho de publicar la obra para las librerías, y también el de adaptación al cine, los derechos extranjeros, los de edición de libro de bolsillo, la edición de lujo, etc.
La costumbre era que todos los beneficios se compartían por partes iguales entre editor y autor. ¡Es escandaloso! No hay ninguna razón por la cual el editor tenga que meter en su bolsillo la mitad de los derechos de un autor. Entonces yo propuse, para mi contrato, que los derechos secundarios [que la editorial gestionaba cuando en Francia no había agentes literarios] se repartirían 20% para Gallimard, y 80% para mí. ¡Y lo aceptaron todo!
Ahora, cuando lo cuento, sé que fue esto lo que me permitió vivir de mis libros. Tengo varias adaptaciones a la televisión y al cine. La edición de librerías de mis libros vende 60 mil ejemplares si se trata de una novela, 30 mil si se trata de un ensayo. Y en general, después desaparecen.
En cambio, en edición de bolsillo, mis libros venden millones de ejemplares a lo largo de los años, porque los leen en los colegios. Mi obra está muy traducida y se publica en todas partes. ¿Qué hubiera pasado si dejaba a Gallimard que compartiéramos mitad y mitad?
¿Cómo se establece cuánto debe cobrar un autor? El 10%, ¿es razonable y equitativo?
Hace poco encontré, con atraso, una polémica iniciada por el historietista Horacio Altuna, en una entrevista titulada “Si pudiera, los editores tradicionales no me verían más el pelo” (Revista Ñ, 11 de julio de 2011). Después de 40 años dibujando historietas de gran popularidad, y de haber publicado más de 15 libros, Altuna cuestiona el tradicional diez por ciento, y pone como ejemplo a la editorial Orsai, que además de la revista y el blog del mismo nombre, también publica libros “pagando a los autores el 50%”
Guido Indij, editor argentino independiente con años de trayectoria, responde explicando que “no es caprichoso ni capcioso que el autor cobre el 10%”, y dice: “solo vendiendo en forma directa, por Internet, un editor puede pagar el 50% al autor”.
Los porcentajes (cuánto por cada cien), no significan nada si no se aclara cuál es la base de referencia. Un 50%, ¿sobre qué? Podría ser sobre el precio de venta al público, o sobre lo que las librerías pagan al editor, o sobre el precio de venta a instituciones y bibliotecas…
Todo autor quiere y merece ganar lo más posible por su trabajo. Lo mismo sucede con el editor, sea grande o pequeño, también quiere ganar. ¿Cómo se establece el reparto de esas eventuales ganancias entre uno y otro, sin ser injustos ni arbitrarios? El editor invierte dinero, el autor el tiempo y los sacrificios que implicó escribir la obra en cuestión.
Si Gallimard aceptó todo lo que Tournier le pidió, fue porque de todos modos seguía ganando.
La llegada del libro electrónico, con un modelo de negocio tan diferente, generó confusión. En los libros electrónicos, el costo de producción (menos de 100 dólares, en India), se paga una sola vez, con independencia de los ejemplares que se vendan. Los costos de distribución (digital) son poco significativos, no hay riesgos de cobro (se paga al comprar), ni hay ejemplares invendibles. Eso permite pagar porcentajes más altos al autor, que se calculan sobre la base del valor neto que el editor recibe. La “base cien” no es el precio de venta al público, sino lo que el editor cobra de la plataforma (distribuidor digital). Habitualmente, se paga al autor un 25% de derechos, que puede llegar hasta un 50% si la venta es muy grande. Pero siempre calculado sobre el precio neto.
100 precio de venta al publico
30 lo que la editorial paga a la plataforma
70 es el neto que recibe el editor, del que pagará un 25% (17,50) al autor
Si habláramos de un libro tradicional (de papel), con derechos sobre el PVP (que es 100), cobrar 17,50 equivale a un 17,5%. Una importante diferencia, aunque lejos del 50%.
Llevamos casi cien años hablando de derechos de autor basados en el precio de venta al público (PVP). Cuando se habla de porcentajes sobre otra base, hay que decirlo con claridad. Por omisión o intención, no es habitual que se hable de esto antes de firmar, aunque si aparezca bien escrito en los contratos.
Produce un fuerte impacto decirle a un escritor “te pagaré un 50% de derechos”, y más aún decirlo en declaraciones a los medios. Pero como realidad, en el libro de papel, es imposible.
“… el escritor y editor Francisco Concepción escribía que el coste de la impresión es como mínimo del 25% al 30% del PVP del libro, dependiendo de la cantidad de ejemplares a imprimir, de las páginas del libro y de su calidad. Si considero este porcentaje, a mí no me cierran las cuentas, ya que el editor tendría margen nulo o negativo”, dice Mariana Eguaras en un post sobre este tema, en http://marianaeguaras.com
Los escritores necesitan (dijo Ricardo Piglia en los años setenta, en Los diarios de Emilio Renzi), editoriales que ganen dinero, para que les garanticen un proyecto a largo plazo, y puedan ayudarlos en los momentos de necesidad. Agrego yo, cuarenta años después: que ganen dinero, sí, pero no a expensas del autor.
Lo que se dice y lo que es
La diferencia en juego es grande. Entre el porcentaje sobre el precio de venta al público, y el porcentaje sobre el precio neto, la diferencia es nada menos que la mitad.
En la venta de libros tradicionales, los números son así:
100 es el PVP
50 el margen que se lleva la distribución (suele ser más)
50 el neto que recibe el editor
Si el editor paga el 10% del PVP, el autor cobrará 10
Si el editor paga el 10% del precio neto, el autor cobrará 5
Quien está acostumbrado a manejar números, pensará que esto es muy elemental, sin embargo, no lo es para un escritor, a quien no se le suele dar bien lo de hacer cuentas. La prueba está en la cantidad de contratos de edición en que se pone, en letra pequeña, que una serie de ventas, cuando no todas, se pagarán sobre el neto que perciba el editor: la mitad. Cuando el libro publicado se vende poco, nadie se detiene en esta cuestión. Pero si el libro tiene éxito, comienza el conflicto entre el autor y su editorial, conflicto que aumenta cuanto más ejemplares se venden, porque la gran mayoría de los escritores quieren vivir de lo que escriben, y cuando vislumbran esa posibilidad, todos estos números adquieren relevancia. Casi siempre, el primer conflicto serio que enfrenta un autor, es con su propia editorial.
Aunque en la edición electrónica el porcentaje que se paga sea mayor, el 95% de las ventas en español se hacen con libros de papel, y no conozco escritores que no aspiren a ser publicados en edición tradicional. El libro impreso y encuadernado en papel, sigue siendo el principal valor de consagración, y cuánto en más países e idiomas se publique, mejor.
De dónde viene lo del 10%
Mantener la tradición del 10%, solo es entendible por la legítima intención de la editorial de ganar más, o a veces, perder menos. Este porcentaje, que siempre toma como referencia el PVP, tiene un origen que vale la pena conocer.
El ABC del cálculo editorial
Durante casi todo el siglo veinte, se manejaron unas reglas estándares para la fijación del precio, que los editores llamaron la regla de 5: el costo de producción del libro se lo multiplicaba por 5, y eso daba el precio de venta al público.
Durante más de treinta años, circuló un tratado que fue la biblia de los editores, Cálculo editorial. Fundamentos Económicos de la Edición, de Alfonso Mangada Sanz (Paraninfo, Madrid, 1972). Allí se analizaba las principales teorías del cálculo editorial, de las cuales tomo aquí la del editor alemán exiliado en Suiza Hermann Loeb, quien en 1950 proponía unas cuentas muy dignas, por las cuales la editorial pagaba al autor el 10%, y obtenía como beneficio otro 10%. Algo muy equitativo.
Loeb establecía un sistema de tres tercios, uno para el costo del libro, otro para los gastos de distribución, y un tercero que se repartía así:
10% para el autor
13,33% para los gastos generales
10% para beneficio del editor
Esta fórmula funcionó durante décadas, mientras las editoriales fueron empresas familiares, que cubrían sus gastos con el 13,33%. En la medida en que estos gastos fueron subiendo, se fue aumentando el multiplicador, de manera que todo el aumento de gastos se traslada al precio del libro, y se le cobra al lector.
Hoy en día, todas las pautas del negocio editorial moderno vienen de los Estados Unidos, ya que al ser el mercado más grande del mundo, tiene todo el poder necesario para imponer criterios. La cuestión es que las pautas de negocio de un mercado enorme, no son fáciles de aplicar a otros más pequeños.
La gran revolución del siglo veinte fue la creación allí del libro de bolsillo, que surgió a partir de una nueva forma de hacer los cálculos. El “Pocket Book” –cuyo nombre no se debe a que cabe en el bolsillo, sino a que costaba “pocket money”, fue posible porque no se trató de un libro de formato más pequeño y más barato, sino de una forma totalmente diferente de economía editorial. Un nuevo desarrollo aritmético dio lugar a un nuevo tipo de negocio editorial. Es tan interesante conocer hasta qué punto el libro de bolsillo fue posible gracias a nuevas formas de cálculo, que será motivo de un próximo post.
Europa no pudo aplicar los modelos de Estados Unidos
El mundo de la edición evolucionó de muy diferente manera en Estados Unidos, un país con millones de lectores en un solo idioma, que en Europa, donde la diversidad de países limitó los mercados al tamaño y al número de lectores de cada lengua. Eso implicó otras problemáticas para fijar los precios de venta.
Fue el editor británico Sir Charles Unwin, fundador de la casa que lleva su nombre (que ahora pertenece al magnate Ruper Murdoch, con 152 empresas en paraísos fiscales donde no se venden libros, según la United States General Accounting Office), quien publicó en 1926 el que sería otro clásico: The Truth About Publishing, publicado en español con cuarenta años de atraso, por la editorial Juventud.
Sir Charles introdujo, en la cuestión de la fijación de precios, una variable que, con el tiempo, se convertiría en el principal problema de las grandes editoriales:
Las devoluciones y los invendidos
Unwin sostenía que, en la forma de calcular el precio de venta, había que incluir las devoluciones de las librerías, el costo de los ejemplares no vendidos, el de la logística de la devolución, el del almacenamiento, y el de la posterior destrucción.
En España, único país europeo que, por la cantidad de lectores en su mismo idioma, podría tener un mercado realmente masivo—, los sobrantes solían venderse como saldo a Latinoamérica, a veces por tonelaje. Para eso surgió la feria Liber, que hoy mal vive sin encontrar un nuevo sentido. Pero la venta a precio de derribo se terminó, cuando las editoriales españolas se instalaron en cada país de América, y se dieron cuenta que era mejor destruir los sobrantes, para no perturbar el desarrollo de sus filiales, cuyas remesas de beneficios habían dejado de ser marginales, para convertirse en esenciales.
En los peores momentos de la crisis reciente, las devoluciones en España fueron del 50%. De cada dos libros enviados a las librerías, uno volvía a la editorial sin venderse. Dicho de otra forma, y vale hoy: el lector que compra un libro, tiene que pagar por dos: el que se lleva, y el que nunca se venderá.
No suele haber conciencia de esto cuando se habla del precio de los libros, un fenómeno debido a un sistema comercial que requiere de la sobreproducción para poder funcionar.
La sobreproducción, tanto en número de títulos como de ejemplares, no es una desviación de la industria editorial, es una estrategia comercial, de la que resulta muy difícil escapar.
Volviendo al 10%
Si analizamos los balances de las editoriales líderes, veremos qué difícil es llegar a ganancias superiores al 10%, aunque en los grandes grupos la exigencia sea del doble, lo que solo se puede alcanzar cuando hay algún mega best seller que vende varios millones de ejemplares, lo que es excepcional. Una exigencia que tiene muy alterados los nervios de los editores, ya que el best seller sigue siendo imprevisible.
Un sector profesional que no escribe
Es curioso, y una verdadera lástima, que editores con mucha experiencia no escriban sobre estas cosas. Lo que hoy podemos recuperar de la historia de la edición, que también es una historia paralela de la literatura, se debe a editores -casi todos estadounidenses, unos pocos franceses o alemanes—, que han publicado sus memorias llenas de detalles, experiencias y reflexiones profesionales. En nuestro idioma, los que han escrito no han podido escapar al estilo auto-hagiográfico, ser el referente principal de sus textos, sin hablar nunca a este tipo de cuestiones que, en la práctica, les preocupan mucho más que la relación con los autores. ¿Será porque tiene poco glamour?
No es el caso de los que estoy citando aquí, casi todos pertenecientes a una generación de editores más jóvenes, que se exponen opinando, ayudando así a una discusión que sirve para pensar, y quizás luego para cambiar.
Otro editor independiente que escribió es Juan González del Solar, quien después de un análisis detallado de cómo se reparten los números (Con los costos de la edición ¿es posible que el autor cobre más?), en www.eternacadencia.com.ar) concluye en qué difícil es para un editor cubrir los costos y comenzar a ganar “¿cómo se intenta que esto cierre mejor? Bajando el costo de producción… lo que pide un aumento del precio de tapa, y en muchos casos, pagando al autor un 8% de regalías y no el 10. Cada punto de esta cuenta vale muchísimo”
En Estados Unidos, (a veces en España, y en Francia más), hay autores de venta tan masiva y garantizada, que, para contratarlos o retenerlos, frente a las ofertas de la competencia, las editoriales les pagan hasta el 18% del PVP. La cuenta es muy simple: como dice González del Solar, cada punto más de porcentual que se pague al autor, es uno de menos que ganará la editorial. Encontrar hasta dónde cede cada uno, es lo que se llama negociación. Si alguna de las dos partes cede de más, sin duda estamos ante un conflicto futuro.
¿Se han ido entretejiendo muchos hilos en mi exposición? ¿De cuál he de tirar para que la conclusión me llegue a las manos? (Italo Calvino)
Hoy no hay ninguna razón para sostener el 10% como remuneración al autor. El porcentaje de derechos o regalías depende de una aritmética bastante racional. Hay muchos otros modelos de acuerdo, se suele poner en juego el anticipo “a cuenta” de las regalías que el editor adelanta al autor, hay bonus o pagos extra al cumplirse determinados objetivos, y habrá, muy probablemente, operaciones de origen puramente financiero, como inversores que adquieran por adelantado todos los derechos de una obra literaria, para venderla luego al mejor postor. Ya está sucediendo, cada vez más, en el mundo del cine y la televisión. Algo similar a cómo han trabajado siempre los marchands del mundo del arte.
Se trata de encontrar qué es lo que cada uno puede conceder, sin romper el acuerdo esencial, para que un libro se pueda publicar.
Que sea menos o más, depende de un proyecto editorial y comercial, del que también hay que hablar antes de firmar un contrato de edición. ¿A quién irá dirigida una determinada obra? ¿cuáles son sus posibilidades comerciales? ¿qué inversión se hará para el lanzamiento? ¿en qué países, y en qué otros formatos se explotarán?
En la práctica el mejor acuerdo entre autor y editor, es el que fija un escalado, que es un porcentaje de derechos que va subiendo, en la medida que un libro se vende más. La editorial gana mucho más por unidad, cuanto más ejemplares imprime y vende, es justo entonces que comparta una parte de ese beneficio extra, con el autor. Ningún editor se niega, es como un sueño compartido que todos deseamos, aunque sepamos qué difícil es.
Autor: Willie Schavelzon
Twitter: <@GSchavelzon>
Fuente: <https://elblogdeguillermoschavelzon.wordpress.com/>
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