1 de octubre de 2016

El expediente Zhivago: Espías, Piratas del Copyright y la publicación de un clásico

En los años 40, Boris Pasternak, el poeta, estaba muy emocionado. No solo estaba en un momento concreto de su vida personal de entrada positivo (se había enamorado, aunque no de su mujer) sino que además estaba en un momento muy emocionante de su vida profesional. Había empezado a escribir una novela y estaba centrando todos sus esfuerzos en ella. La novela tuvo varios títulos en esos primeros años, pero sería el libro que todos acabaríamos conociendo como El doctor Zhivago, la popular novela que narra la vida de Yuri Zhivago durante la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa y que acabaría siendo decisiva para que Pasternak se llevase el premio Nobel de Literatura. La novela es también la protagonista de una rocambolesca historia en lo que a su edición respeta, una historia en la que se mezclan espías, amantes, emisarios, piratas del copyright y editores con buenas intenciones que hicieron, de una manera o de otra, que la novela se convirtiese en un boom editorial.

La historia de la publicación en los años 50 de El doctor Zhivago es, de hecho, digna de su propia novela. No la tiene, aunque sí tiene un ensayo, que acaba de publicar en castellano Bóveda, escrito a dos manos por Peter Finn y Petra Couvée y que se basa (entre otras muchísimas fuentes) en papeles recientemente desclasificados por la CIA. El libro, que apareció en su versión original en inglés hace ya unos meses, apareció bastante en los medios estadounidenses gracias al papel de la CIA en la publicación del libro, aunque lo cierto es que el ensayo no debería ser conocido únicamente por eso. El expediente Zhivago habla de espías metidos a editores, sí, pero es sobre todo la historia de cómo la novela llegó al mercado, incluyendo a espías pero también a muchos otros jugadores.

Pasternak no era un escritor cómodo para las autoridades soviéticas, como cuentan Finn y Couvée, y si no cayó en el terror de Stalin es, posiblemente, porque un poema que había escrito cuando murió la esposa de Stalin le hizo ser un poco especial para el dictador. Cuando Pasternak acabó El doctor Zhivago, Stalin ya no vivía, pero el escritor tenía poca fe en que su novela consiguiese pasar la censura soviética (no lo hizo, los informes de lectura eran muy negativos, aunque, como reconocerían después los implicados, la novela no era para tanto) y acabó propiciando que saliese fuera. Un joven periodista italiano, que era también ojeador de una editorial comunista italiana que buscaba textos relevantes de la literatura soviética, recibió el manuscrito de manos del propio Pasternak, lo que hizo que el texto acabase en manos de Giangiacomo Feltrinelli.

Feltrinelli no hablaba ni leía ruso así que pidió un informe de lectura a un experto, que le dijo que tenía una joya entre las manos. El libro estaba encaminado a su publicación, con Pasternak escribiendo por cauces complejos y complicados a su editor. La publicación fuera de la URSS del texto, sin embargo, no hacía que las cosas fuesen más sencillas para Pasternak. Publicar fuera de la URSS sin permiso era un problema muy grave y el escritor recibió muchísimas presiones para parar el proceso de edición (el editor también, vía Partido Comunista italiano). El libro se convirtió en poderosamente polémico y, cuando apareció la primera edición, una traducción italiana, todos se lanzaron a devorarla para saber qué era lo que tenía el libro para haberse convertido en un escándalo.

¿Qué pinta la CIA en medio de todo esto? Como bien cuenta Finn y Couvée, mientras Feltrinelli preparaba la edición y la traducción al italiano, otros traductores estaban trabajando en traducir el libro al inglés y al francés (Pasternak le dio copias del manuscrito a más personas después del joven italiano, ya que quería que el libro apareciese en cuantas más traducciones y mercados mejor). Gracias a la traducción en inglés, los servicios secretos occidentales descubrieron el libro y su contenido y alertaron a la CIA. El doctor Zhivago podía convertirse en un buen material de propaganda.

Y es que durante la Guerra Fría una de las armas de propaganda eran los libros: tanto un bloque como el otro consideraba que la literatura podía ayudar a propagar sus ideas en el campo enemigo. La CIA tenía, de hecho, brazos editoriales (y secretos) que publicaban de forma regular ediciones de libros de autores occidentales o que pudiesen resultar positivos para hacer propaganda antisoviética (muchos títulos prohibidos en la URSS, por ejemplo) y los distribuía en los países del bloque del Este. Usaban a los turistas que visitaban la zona para dejar libros abandonados, por ejemplo, o, más impresionante, los mandaban por correo directamente a quienes creían que los iban a recibir bien. Con Zhivago, si jugaban bien sus bazas, podrían tener muchísimo éxito, pensaban, ya que el libro era uno de los que los soviéticos querían leer con más ganas (el poderoso efecto del escándalo).

Aquí entraron en juego espías-editores y piratas del copyright, ya que partieron del original que manejaban en la traducción inglesa, se saltaron a Feltrinelli (que tenía los derechos mundiales del libro) y empezaron a preparar su propia edición, ligándose a un editor (no querían, bajo ningún concepto, que el libro oliese a la CIA, de hecho, lo acabaron publicando en Europa para que no se ligase a Estados Unidos) para que hiciese el trabajo de maquetación y para que negociase con los editores europeos. Todo estuvo a punto de ser un fracaso, explican Finn y Couvée, porque el editor al que escogieron quiso hacer dinero rápido y empezó a preparar su propia edición. Todo se embrolló y una editorial de una universidad estadounidense anunció por la misma fecha que trabajaba en su propia edición del libro, lo que tiraba por tierra los planes de la CIA. La universidad no tenía en absoluto los derechos (¡y no les importaba!, empezaron a buscar agujeros legales) y solo un encuentro al más alto nivel logró parar su edición.

Al final, la edición de la CIA (la primera en ruso) apareció bajo el paraguas de una editorial holandesa, en una versión que horrorizó a Pasternak (estaba llena de erratas) y fue distribuida en la Expo de Bruselas, usando el pabellón del Vaticano como plataforma. El libro se convirtió en viral y el éxito del libro se apuntaló decididamente.

Foto Imagen de la adaptación al cine

Autor: Raquel C. Pico
Twitter: <@raquelpico>
Fuente: <http://www.libropatas.com/>

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