11 de abril de 2016

¡Publica o no te creo!

En alguna otra ocasión se ha comentado que la investigación científica tiene su reflejo necesario en las publicaciones de los resultados.

Homo sapiens supervive y progresa en la naturaleza, en buena medida, gracias a la importante capacidad de intercambiar información que nos permite adaptarnos y progresar en los diversos eventos y entornos. Ello se ha logrado gracias a que la evolución seleccionó nuestros desarrollados órganos de interacción, como la voz para trasmitir y el oído para recibir información, a través de un lenguaje o código de sonidos que el cerebro es capaz de descifrar y convertir en conocimientos.

La escritura es un punto culminante en el desarrollo de la especie. Desde hace más de 6000 años en la Mesopotamia, un hecho o verdad encontrada no solo se registra mediante la voz, “que se la lleva el viento”, sino que se plasma en un soporte indeleble para que esa información pueda conocerse también por aquéllos que la lean y que supervivan a los que la generaron. Tanto fue así que hoy conocemos hasta el nombre de algunos reyes de aquella época, muchas generaciones después.

La historia de la información y sus soportes comenzó entonces con grabaciones y lectura de tablillas de barro cocidas y hoy está al nivel de nuestros bolsillos en cualquiera de los llamados teléfonos inteligentes. Las versiones actuales pueden poner casi toda la sabiduría humana, registrada o escrita, en ese pequeño dispositivo, en cualquier momento, si se tiene un acceso normal a internet. Pasó por el papel y las paredes de las cuevas, por los creyones de dibujo y escritura, por la imprenta, por la radio, por la televisión, por las computadoras y sus redes… Muchos de esos estadíos subsisten y está por ver cuál será su evolución futura.

La escritura y la publicación de información son indispensables para las verdades científicas. Si el resultado de una investigación no se plasma en un registro, no supervive al que lo genera y no beneficia a la especie humana. De hecho, no existe. Y si no se publica y reproduce todo lo posible pierde credibilidad, no se debe confiar en él, porque otros no lo pueden comprobar independientemente.

La única forma de medir la producción de nuevos conocimientos obtenidos mediante la investigación científica y tecnológica es a través de la cantidad de publicaciones que los reflejen, y que sean citables por terceros. Lo mismo ocurre con cualquier tipo de innovación. Esto quiere decir que no solo es necesario publicar un resultado, sino hacerlo llegar a la mayor cantidad posible de interesados y que estos puedan registrar en sus propias publicaciones que lo consultaron, lo comprobaron y lo tuvieron en cuenta.

La producción científica de Cuba a partir de publicaciones citables nos sitúa en un interesante sexto lugar en la América Latina de hoy. Es probablemente la más eficiente económicamente, dados los bajos gastos de ciencia y tecnología de nuestro país en comparación con otros países productores. Además, la mayoría de nuestras publicaciones científicas y tecnológicas internacionalmente citables se producen en universidades a partir de los recursos que el país debe destinar de cualquier forma a la formación de ingenieros, licenciados, doctores en medicina, etc. Son un producto más del proceso de educación.

Sin embargo, esa producción científica no es uniforme en todos nuestros centros de investigaciones y universidades. En algunas de estas instituciones existe una sólida cultura de publicación, que no necesita de indicaciones administrativas para mantenerse, aunque estas lo favorezcan también. En otras, donde se espera que se realice un adecuado trabajo de investigaciones, que incluso puede gozar de cierto prestigio oral y mediático, la publicación de esos resultados se queda como “la quinta rueda el carro”, porque ni existe la cultura correspondiente, ni una política que la promueva. Los dirigentes administrativos pueden conformarse con informes internos. Tales registros internos de resultados pueden ser válidos, pero siempre carecerán de la credibilidad y confianza que implica el escrutinio universal que trae la publicación.

Publicar resultados en revistas citables internacionalmente es laborioso, suele estar sometido a apreciaciones injustas para los que producimos ciencia fuera de los centros de más prestigio mundial, nos obliga a escribir en inglés, que no es la lengua en la que mejor expresamos nuestras ideas, y en ocasiones se nos requiere costear los gastos de publicación (aunque este requisito se suele obviar cuando declaramos que no podemos pagar por razones de fuerza mayor expresas). Sin embargo, todos estos obstáculos son salvables de una u otra forma. Lo que no es salvable es la pérdida o desconocimiento de un buen trabajo científico, una buena tecnología o una innovación, a causa de que no se hayan publicado adecuadamente.

Como todas las cosas, esta inevitable política de medir la investigación mediante las publicaciones puede presentar hechos viciosos. Sin embargo, tales vicios son males menores en comparación con las inusitadas pérdidas que puede significar no publicar un resultado. Incluso existen formas de preservar el secreto comercial de determinados avances, aunque ellos sean publicados. Y los logros con trascendencia comercial se publican por primera vez en forma de patentes, para evitar que otros lucren con nuestros resultados.

Tenemos en Cuba incluso la contradicción de que somos esencialmente innovadores y, sin embargo, no hay proporcionalidad entre las innovaciones que decimos producir a través de las organizaciones existentes para favorecer esta actividad y la cantidad de patentes registradas.

En los medios científicos de un poderoso país vecino se suele extremar el pragmatismo de la vida académica con el mandato “Publica o pereces”. Parece una afirmación muy extrema, pero si sirve para que cambiemos para bien nuestra visión de la gestión de la ciencia y facilite que nos situemos en una posición mundial de este indicador que se corresponda con nuestras verdaderas potencialidades, bien valdría la pena popularizar tal mandato como “Publica o no te creo”.

Autor: Luis A. Montero Cabrera
Email: <imtvi06@gmail.com>
Fuente: <http://www.cubadebate.cu/>

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