Me parece que llego al final del año tan contento como cansado. Contento porque la revista que dirijo, Bordón, acaba de alcanzar su indexación en Scopus y en la Web of Science (ESCI). Cansado porque supone un largo y tremendo esfuerzo personal y colectivo, con dudoso retorno para el equipo editorial.
Con este motivo, en el primer número de Bordón correspondiente al año 2016, he publicado un artículo editorial (Galán, 2016) en el que expongo la evolución de la revista desde su creación en 1949 hasta nuestra reciente entrada en estas dos bases de datos, las más reconocidas internacionalmente. Se trata de una singladura que puede resultar interesante como modelo de la evolución de las revistas españolas y como referente para las revistas que siguen en la lucha por alcanzar una indexación internacional. Voy a detenerme aquí, de modo más informal, en dos aspectos: primero, en las implicaciones de la lucha por el impacto y, segundo, en el “premio” de ser editor de una revista española.
Pues bien, en dicho editorial se comentan las cinco acepciones del término impacto según el diccionario de la RAE. Los académicos contamos ahora con otro sustantivo que lo acompaña y que lo hace deseado y temido: factor. La expresión factor de impacto (FI) encaja en cada una de las cinco acepciones de la RAE. Podríamos imaginar algunos diálogos para ejemplificar el sentido de estas acepciones, entre las que destacaría la quinta (efecto en la opinión pública): el efecto del FI es decisivo a la hora de que un investigador seleccione la revista donde quiere publicar su trabajo, pues el prestigio de la revista (y la opinión que genera) depende del mismo.
“–Paco, acabo de terminar un artículo excelente, voy a intentar colocarlo en la revista I’mtheverybest, entre las primeras del Q1 del JCR.”
“–¡Suerte!, ya conoces el factor de impacto de la revista y la tasa de rechazo que tienen…” –le responde Paco mientras prepara su próxima clase y se lamenta por su excesiva carga docente (el pobre Paco tiene 32 créditos de docencia porque no le concedieron su último sexenio, aún no sabe bien por qué…)”
Se trata de un efecto que, siguiendo a la RAE, puede ser catastrofista:
“–¡Maldita sea! ¡Me habían aceptado un artículo en una revista que tenía un FI de Q2 y resulta que, ahora que me lo han publicado, ha bajado al Q4 y ya no me vale para el sexenio ni para la acreditación a catedrático!”
Los fuertes golpes emocionales de la acepción 4 también son fácilmente aplicables a nuestro contexto:
“–¡Anacleta, ¿te has enterado de que la revista Endógamus ha entrado en la Web of Science?!
–¡¿Cómo es posible?!, — contesta esta—, ¡si ni siquiera cumplía los 33 criterios Latindex!
–¡Como lo oyes!, ha aparecido en la nueva lista de WoS. Catedrátiquez está que trina porque su revista no aparece en el listado y está muy por encima de Endógamus.”
Por otra parte, el FI también puede percibirse como en la acepción 1, cuando nos alcanza un proyectil:
–Editor de revista iberoamericana a otro editor: “–Hemos solicitado la entrada en WoS y en Scopus después de tres años trabajando para cumplir todos los criterios y nos han rechazado en ambas por nuestro bajo FI potencial”.
Y entonces viene la segunda y tercera acepción:
“–Es como si me hubieran dado un golpazo que me ha dejado noqueado, a ver cómo seguimos ahora adelante…”, –añade el Dr. Mengano.
Las revistas españolas de educación llevan dos décadas luchando por jugar en la liga mundial del Factor de Impacto (Galán, Ruiz-Corbella y Diestro, 2015). El problema es que competimos contra unos equipos a los que resulta casi imposible batir: llevan mucho más tiempo jugando, han inventado ellos las reglas y algunas de ellas les favorecen claramente (inglés), cuentan con mucho más presupuesto para publicidad y para fichajes y forman parte de grandes e influyentes clubes.
Este deporte es relativamente nuevo en España. Hemos pasado de los 3 o 4 equipos existentes en la década de 1960 (Revista de Educación, Revista Española de Pedagogía, Bordón…) a los más de 232 que recoge DICE en su última actualización o los 133 que recoge MIAR en su edición de 2015. Aunque se creó una liga española importante que emulaba a la liga internacional (INRECS), esta no tuvo el apoyo suficiente del Ministerio para sobrevivir, y acabó suspendiéndose en 2011.
De este modo, los jugadores españoles (profesores, investigadores), para buscar el reconocimiento (incentivos, promoción), quieren mostrarse en los equipos internacionales. El problema es que hay muchos jugadores nacionales, pero sólo 6 equipos españoles juegan en la liga JCR (Web of Science, WoS) y 23 (24 con Bordón) juegan en la SJR (Scopus). Hay muchos otros equipos extranjeros donde jugar, pero a los españoles nos tira mucho la tierra… Como hay mercado, WoS ha creado una división de plata llamada Emerging Sources Citation Index (ESCI), donde se ha invitado a algunos equipos que parece que juegan bastante bien y que tienen opciones de acabar entrando en la otra liga más selectiva. No cabe duda de que también es una forma de rivalizar con el otro gran proveedor de servicios, Scopus, que posee una liga más joven pero mucho más abierta desde el principio, con más equipos que compiten en mayor igualdad de condiciones. A partir de los datos aportados por Diestro en Aula Magna 2.0 (14/12/2015), si se conserva la tendencia, podemos estimar que unas 36 revistas españolas de educación acabarán incluidas en ESCI cuando termine la indización del total de las 5000 revistas previstas. De las 18 que hay ahora indexadas en ESCI, sólo 8 están en Scopus.
Las políticas de evaluación de la producción científica nos han llevado en muy poco tiempo a jugar en un entorno poco amigable al que estamos obligados a adaptarnos. Las revistas españolas (e iberoamericanas) necesitan estar indizadas en estas grandes ligas para tener atractivo para los autores potenciales. Sin embargo, muchos reclamamos la importancia de recuperar y apoyar un ranking español o iberoamericano que reconozca las buenas publicaciones con impacto en este contexto. En este momento sólo contamos con una clasificación dentro/fuera, que es el Sello de Calidad de la FECYT, al que, paradójicamente, pese a estar impulsado por el MEC, le falta el reconocimiento explícito de su órgano de evaluación, la ANECA (que subsume ya a la CNEAI).
Todos los editores y equipos editoriales de revistas que se precien, quieren estar en las grandes bases de datos de FI para atraer y seleccionar a los mejores autores y artículos posibles. Pero, una vez dentro de SJR y JCR, empieza la carrera por aumentar el FI a base de citas. Es una carrera que puede convertirse en una locura, una obsesión. ¿Cuántas revistas españolas tendrán cabida en estos índices? ¿Cuántas revistas es razonable que existan? ¿Qué deberían hacer las numerosas revistas que permanecen fuera de toda clasificación de calidad pero pretenden estar, cómo van a atraer buenos originales? ¿Cuántas revistas nacionales e internacionales son necesarias para dar cabida a toda la producción científica de calidad de los investigadores? ¿Cuánta producción científica publicada es inútil? ¿Cuántos trabajos se publican sólo por razones de incentivos y promoción? ¿Cuántas investigaciones se trocean para publicar más y más? ¿Han reflexionado investigadores y políticos sobre qué rendimiento mínimo en forma de publicaciones es aceptable exigir al PDI y cuál es su relación con la calidad docente (García-Gallego, Georgantzís, Martín-Montaner& Pérez-Amaral, 2015)? Sí, tenemos aún muchas preguntas encima de la mesa y no es fácil responder fidedignamente a ninguna de ellas. Esperemos sobrevivir al FI.
El segundo punto que quiero señalar es el de la situación de los editores españoles. Cuando uno se imagina al editor de una buena revista norteamericana, piensa en una oficina, una gran editorial o universidad detrás, una secretaría administrativa, un sueldo para el editor, un entorno profesional…
En España jugamos, también aquí, en otra liga. No quiero quejarme por ser el Editor Jefe de una revista, lo acepté como un reto y un servicio a la comunidad y sabiendo (más o menos) lo que me esperaba, pero quiero compartir con los lectores algunas de las ideas que circulan por la academia. La primera cuestión interesante es: ¿cuántas horas hay que emplear para dirigir una revista? No es difícil sospechar que son muchas y variadas las tareas, aun contando con un excelente equipo editorial: a) revisar a diario una bandeja de entrada en el OJS para evitar la acumulación, leer superficialmente los artículos para asignarlos a los editores asociados y buscar revisores adecuados para los artículos que pasan a revisión por pares. b) Otra bandeja de artículos en revisión, en la que tienes que controlar que los revisores hagan a tiempo sus evaluaciones, el plazo de las revisiones, gestionar la correspondencia con autores y revisores, sustituir a los revisores que no aceptan la revisión… c) Una bandeja más de artículos aceptados para publicar que hay que revisar, programar, maquetar, asignar DOI, publicar online, publicar en papel, enviar, distribuir, redes sociales…
Un trabajo, de verdad, ingente, tanto mayor cuanto mayor es el FI de la revista y más entrada de artículos tiene. Un trabajo que se hace de forma voluntaria y altruista por parte de los equipos editoriales y los revisores. ¿Nos hemos planteado cuánto dinero cuesta este trabajo, cuál es el coste real de cada artículo publicado? ¿Qué gana el equipo editorial, qué retorno recibe el núcleo fuerte que desarrolla el trabajo? ¿Una línea en el CV que ni siquiera aparece contemplada en la ANECA? ¿Poder? Quizás para encontrar algunos enemigos más de la cuenta por una decisión basada en revisiones ciegas. ¿Dinero? Ni una comida. Mucho me temo que pronto los autores, que también se benefician de la existencia de buenas revistas españolas, interiorizarán una situación que desembocará en el pay for publish, como ya empiezan a hacer algunas revistas “no depredadoras”, simplemente para cubrir el gasto profesional básico (maquetación, revisión de formato, secretaría, redes sociales, etc.). Lo que no tiene sentido es que, como me comentaba recientemente la Directora de otra buena revista, sea el Editor Jefe el que se encargue, en un tiempo libre inexistente, incluso de maquetar los artículos. Si se quiere jugar en primera división, es necesaria una mínima profesionalización (Diestro, Corbella y Galán, 2015); el devenir de una revista no debería depender de la buena voluntad de un pequeño grupo de personas a las que no se las reconoce institucionalmente el servicio que prestan. Cuando se trabaja así, acaba aflorando ese pensamiento en la cabeza: ¡soy un “pringao”!
Referencias bibliográficas
Diestro, A., Ruiz-Corbella, M., y Galán, A. [2015, noviembre, 13]. Profesionalización e idiosincrasia de las revistas científicas de educación. Aula Magna 2.0. [Blog]. Recuperado de: http://cuedespyd.hypotheses.org/801
Galán, A. (2016). (Artículo Editorial). La hora del impacto. Bordón. Revista de pedagogía, 68, (1), pp. 9-14.
García-Gallego, A., Georgantzís, N., Martín-Montaner, J., & Pérez-Amaral, T. (2015). (How) Do research and administrative duties affect university professors’ teaching?. Applied Economics, (ahead-of-print), 1-16.
Ruiz-Corbella, M., Galán, A . y Diestro, A. (2014). Las revistas científicas de Educación en España: evolución y perspectivas de futuro. Revista ELectrónica de Investigación y EValuación Educativa RELIEVE, v. 20 (2), art. M1. DOI: 10.7203/relieve.20.2.4361. Pp 1-27.
Autor: Arturo Galán
Fuente: <http://cuedespyd.hypotheses.org/>
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