12 de febrero de 2016

Argonautas, Hércules y Sísifos: editores en los procesos de evaluación

La tarea de editor de revistas científicas es apasionante. Si no fuera por ello, difícilmente se justificaría la dedicación y desvelos que han de padecer muchos de los que, además de su tarea principal, se embarcan cual argonautas, para surcar aguas muchas veces desconocidas, en busca de un objetivo incierto. Desde luego, la explicación de esos esfuerzos no hay que buscarla en las recompensas materiales (que son prácticamente inexistentes)  ni en los reconocimientos profesionales oficiales otorgados a esa labor, que son ciertamente magros. Y es que, con escasas excepciones (rarísimas en el caso de las Humanidades o las Ciencias Sociales), es casi imposible encontrar a alguien que se dedique de manera profesional y exclusiva a esta tarea de gestión de revistas. Por lo general, se trata de una función añadida a las tareas profesionales principales (docentes y/o de investigación).

Esa tarea de editor de revistas científicas tiene algo de carrera de obstáculos. Algunos de ellos tiene que ver con las evaluaciones de las revistas para acreditar su calidad editorial. Dentro de los procesos de evaluación de carácter oficial, tras hacer desaparecer algunas de las interesantes alternativas que existían, prácticamente sólo nos queda el de FECYT (Fundación española de Ciencia y Tecnología), que permite al menos lucir un ‘Sello de Calidad’ con cierto reconocimiento oficial (para sexenios o acreditaciones, en algunos campos) y, en su caso, acceder a una versión del OJS que tienen instaladas en sus servidores.sello_calidad_revistas_2016

Los que han tenido la oportunidad de participar en ese proceso de evaluación saben que es, ciertamente, muy riguroso y exigente. Eso es comprensible, desde luego, pero hay algunas dificultades añadidas, bastante innecesarias, que ciertamente no son una ‘ayuda’ para los atareados editores.

En el proceso se utiliza una aplicación informática no muy ‘amable’ con el usuario, que tiende a desconectarse periódicamente, sin aviso previo y sin guardar en caché, con lo que se desarrolla una sensación de trabajar contra reloj (para evitar los borrados) y la necesidad de repetir la misma información en diversas ocasiones (al menos hasta que se desarrolla la práctica de escribirlo todo previamente en un Word y luego limitarse a copiar y pegar sin entretenerse). Eso sí, hay que asegurarse bien, porque una vez que uno sube la información de un apartado no existe opciones para retocarlo o corregirlo, aunque aún no se haya completado el envío definitivo.

La lectura de los manuales de ‘ayuda’ (sí, hay varios, repartidos en distintos documentos, que ocupan decenas y decenas de páginas) son una labor adicional a la de recopilar la ingente cantidad de documentos y correos generado en la necesaria interacción entre el editor, el/os autor/es y el/os revisor/es. Hay que hacerlo bastante rápido, porque sólo hay 15 días para enviar la información (cuidado con ponerse enfermo y/o tener que viajar en ese periodo).

Una dificultad técnica y burocrática añadida es la necesidad de conseguir e instalar un ‘certificado de firma digital avanzada’ (hay que solicitarlo previamente, acudir a oficinas de Hacienda o Seguridad Social, hacer la cola correspondiente, etc.) se convierte en otra inversión de tiempo y fuente de angustia (leer y entender todos los manuales institucionales para estos procesos sería el equivalente a uno de los trabajos de Hércules). La parte técnica, con diversidad de navegadores, versiones de java o de Windows, es un quebradero adicional que no siempre funciona como debiera y que supone otra ingente cantidad de tiempo. Y todo esto para autentificar la entrega de documentación en una convocatoria a la que, en el caso de renovaciones del Sello de Calidad, se accede por invitación de FECYT y sólo tras solicitar una contraseña de acceso a la aplicación informática que envían a una dirección verificada. Las probabilidades de que un usurpador se hiciese con esa clave y quisiera dedicar decenas de horas para enviarlas a nombre de otro no parecen razón suficiente para exigir procesos tan complejos y que consumen tanto del tiempo y energía.

Es cierto que los servicios de apoyo y consulta de programa de evaluación son solícitos y eficientes. De hecho, no se trata de un problema de personal, sino estructural y de concepción del programa, que debería plantearse como un sistema de ayuda y apoyo, evitando convertirse en una carga adicional para los editores.

Por seguir con los clásicos, el programa de reconocimiento de la calidad de FECYT recuerda al mito de Sísifo, que tenía el castigo de empujar una gran piedra hasta la cima de una montaña y, al llegar arriba, la piedra rodaba hacia abajo, por lo que tenía que volver repetir una y otra vez la frustrante tarea. Y es que el reconocimiento de calidad de FECYT caduca a los 3 años de obtenerlo, por lo que hay que comenzar de nuevo con el proceso. Es difícil entender en qué datos se basa la idea de que, en apenas tres años, una revista científica que ha demostrado repetidamente cumplir con los estándares exigidos, puede perder sus cualidades, costosamente establecidas. No sabemos si hay evidencias al respecto, pero cuesta asumirlo.

En suma, abogamos por procesos de evaluación rigurosos, reiterados, pero que se planteen como un proceso de ayuda a la edición y a los editores, no como una carga adicional de lo que, ya de por si, viene siendo un trabajo extra de una tarea secundaria. Como decíamos, si esto se afronta, incluso con ilusión, tiene que ser por la pasión con la que los editores afrontan su labor. Si no, no se entiende.

Autor: Francisco M. Aliaga
Email: <francisco.Aliaga@uv.es>
Twitter: <@ciscoaliaga>
Fuente: <https://cuedespyd.hypotheses.org/> 

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